Por qué una buena tortilla no se hace en segundos, sino con siglos de historia
- Israel Alonso

- 10 jul
- 2 Min. de lectura
El alma de una tortilla está en el maíz... y en la forma en que se honra
En México, decir tortilla es decir hogar. Pero no todas las tortillas nacen igual. No es lo mismo una hecha en máquina con harina industrial, que una recién salida del comal, hecha a mano, con maíz nixtamalizado. Ahí está la diferencia entre lo que llena... y lo que nutre, reconforta y representa.
La nixtamalización es una técnica ancestral que nuestros pueblos originarios llevan perfeccionando desde hace más de 3,000 años. Se trata de cocer el maíz con cal, para quitarle la cáscara, hacerlo más digestivo y liberar nutrientes esenciales como el calcio, la niacina y las proteínas. El resultado no solo es más saludable, también tiene sabor, textura y olor que despierta recuerdos.
Es gracias a este proceso que el maíz se transforma en masa, y de ahí nace la tortilla tal como la conocemos en la cocina tradicional mexicana: suave, flexible, con ese aroma que llena las cocinas de las abuelas, y que envuelve tacos, sopes, enchiladas y hasta recuerdos.
Pero aquí no termina la magia. Porque además de nixtamalizar el maíz, hay que amasar con las manos, formar cada bolita, aplanarla con cariño (o con tortilladora tradicional), y ponerla al comal caliente. Esa parte artesanal es lo que da vida a cada tortilla. Lo que convierte un alimento cotidiano en un símbolo de identidad.
Hoy en día, muchas cocinas modernas han cambiado esta tradición por harina de bolsa o por productos congelados. Pero cuando uno prueba una tortilla artesanal, hecha al momento, nota la diferencia desde el primer bocado. Y lo mejor es que además de rica, es más saludable, porque no contiene conservadores ni procesos químicos.
En El Hacendado, no dejamos que esa tradición se muera. Aquí, las tortillas se hacen todos los días, a mano, con maíz criollo nixtamalizado, como lo dictan nuestras raíces. Porque si vamos a hablar de comida mexicana con orgullo, hay que empezar por lo más básico… y lo más sagrado.
Una tortilla buena no se hace en segundos. Se hace con historia. Y con amor.








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